miércoles, 27 de julio de 2011

ENDEMONIADOS BORICUAS

La culpa es del diablo

Se ha puesto de moda en el lenguaje de los agresores, de los abusadores, de los asesinos de mujeres y de niños una extraña expresión que pretende dar razón de la barbarie sanguinolenta, obra de sus manos. “Es que se me metió el demonio”, repiten los victimarios tapándose las caras para evitar ser retratados por los siempre intrépidos fotoperiodistas. Cada vez que escucho semejante auto-exoneración pública, siento un terrible repeluco entre cuero y carne. (“Repeluco” es cacofónicamente más apropiado que “escalofrío” tratándose, como se trata aquí, del mal).

Me explico. Lo que me impresiona no es el relato de los que aseguran por experiencia propia que “no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir”. Repito y avanzo: lo que produce repeluco no es el diablo, con perdón de su excelsa malignidad, sino la incapacidad creciente que tenemos los seres humanos para asumir responsablemente el mal inherente a lo que somos, el mal que hacemos.

Resulta que -San Pablo a los Gálatas a la inversa- no son ellos, sino es el diablo que vive en ellos el que golpea, viola, dispara, corta en pedazos, introduce en el baúl del carro, prende fuego y se da a la fuga. Es el diablo el que hizo cosas por el estilo ¡por unos racimos de plátanos! en una finca del barrio Ingenio de Yabucoa.

Pero lamentablemente lo que no saben nuestros endemoniados boricuas es que no cumplen con las características de los poseídos auténticos. Según la más estricta tradición los posesos hablan en lenguas desconocidas (los nuestros apenas logran expresarse correctamente en español); evidencian secretos escondidos (los nuestros exhiben motivos llanos, evidentes); demuestran fuerzas superiores a la propia condición (los nuestros eligen a víctimas más frágiles físicamente que ellos); y, por último, los auténticos sienten una aversión vehemente hacia las imágenes de la Virgen María, del crucifijo y de los santos (los nuestros son los reyes del blin-blin áureo, del tatuaje ultra-religioso o son adictos al agua bendita).

Claro que no se cumplen las condiciones de rigor, pero si argüimos que el demonio es el causante de los males que realizamos, el remedio consistirá en conseguirnos a un buen exorcista de fama indiscutible, conocedor del latín, que pueda enfrentarlo cara a cara. Así las cosas, el autor de mis fechorías es otro (el demonio) y, de paso, el responsable de mi liberación también sería otro (el exorcista). ¡La pasividad total! ¡El reino de este mundo!

No se quedará ahí el asunto. Que hay diablo para rato. En tiempo récord los endemoniados boricuas conseguirán a un abogado experto en triquiñuelas legales que liberan a los culpables de su innegable culpabilidad. Aun así, aunque consigan –y lo consiguen- reducir las condenas a un mínimo grosero, los endemoniados boricuas pasarán una temporada en la cárcel. La familia inmediata descansará de ese instrumento del mal por algún tiempo.

Los administradores del sistema carcelario , también son interesadamente crédulos. Creerán a pie juntillas que la responsabilidad última es realmente del demonio, por eso a los confinados no les aguardará la oferta de un proceso integral de rehabilitación, sino una triste e inútil espera. Allí sí que habrá verdadera levitación de camas, cabezas giratorias y puré de guisantes verdes, pero nadie denunciará la precariedad de nuestro sistema carcelario, más bien se hablará de la espectacularidad incomparable del maligno.

Más temprano que tarde, los endemoniados boricuas saldrán en libertad condicionada. Algún enviado de Lucifer, con facciones nuevas, hijas del taumatúrgico bisturí, los esperará en la entrada (o salida, no tengo el dato) de la cárcel. Abrirá las puertas de su BMW último modelo. Don Omar se encargará de reventarles los tímpanos para que no escuchen la otra voz que bulle dentro. Al menor despiste, en plena autopista hacia Caguas, el nuevo País, el llamado padre de la mentira volverá a meterse dentro de ellos.

Entonces, comenzará el eterno retorno de lo mismo sin que nadie hasta ahora asuma una pizca de responsabilidad.

La costumbre de acusar al diablo de todos males no es sólo un asunto boricua, parece estar bastante extendida a juzgar por la advertencia inmediata que hace el filósofo alemán Rüdiger Safranski en su sugerente libro “El mal o el drama de la libertad”.

Comparto la premisa: “No hace falta recurrir al diablo para entender el mal”. Y también su conclusión: “El mal pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad”. Somos seres libres. Somos responsables de nuestros actos. La decisión de ejercer la libertad para hacer el bien es, igualmente, nuestra.


ÁNGEL DARÍO CARRERO (ESCRITOR)
27/02/2011 
peregrinoyforastero@gmail.com

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